Mamá Conchita's Garden

De pequeña me perdía en la jungla en la casa de mi abuelita. Su majestuosidad me cautivaba. En el transcurso de los años que visito la casa de mis abuelos en Milpillas de Allende, no cesa de sorprenderme la vitalidad de su huerta, y vivo una aventura al adentrarme en ella.

Cazos y baldes oxidados son las macetas para la planta de chile, para la lechuga que comemos en la merienda, y muchas otras flores que se riegan con el agua del cielo. Estos están enterrados en la tierra colorada y se esconden en el zacate alto. La carretilla se oculta entre las hierbas que crecen por encima. Los nopales marchan en la tierra a el lado de las cáscaras de naranja rociadas sobre las raíces de un árbol. Plataneros crean la ilusión de una jungla. Hierbabuena, estafiate, manzanilla, árboles de limón, aguacate, granada, lima, higo, naranja, manzana, pasiflora y ciruela perfuman el aroma del aire en este tiempo de lluvia. Hay abundancia de la vida en todo lo que da fruto.

Me fascina ver la yuxtaposición entre materiales y la tierra sangrienta de barro; existe una armonía entre estas dos. Cazos viejos, cadenas de metal y sogas colgando, adornan los arboles. Focos llenan los agujeros en la barda de piedras, como si fueran piedras mismas para macizar la estructura. Las placas verdes de México quedan sepultadas por la tierra. Cosas que han adquirido mis abuelos en el transcurso de su vida de alguna forma van tomando raíz en su jardín, como si la vida misma de mis abuelos tuviera una extensión que se encarna en el terreno de su casa. Hay algo mágico de este jardín que me embelesa. Se tiene que entrar en él para poder presenciar la alegría de vida que este emana.

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